Recuerdo una discusión en la que estuvo involucrado el filósofo pop del momento, Jordan Peterson, acerca de si es posible crear mitos. La pregunta tiene su aquél. Crear relatos es fácil, crear mitos no tanto. Los relatos, las historias, no suelen bajar de las capas superiores y evolutivamente más modernas de nuestro cerebro; los mitos pulsan el núcleo de nuestro ser, despiertan emociones turbulentas y antiguas como la fe, el temor, la esperanza, etc.
Dicho de otra manera, tú puedes coger una libreta en este mismo momento y describir con todo lujo de detalles una nueva religión. Pero no será aún una religión: el alma de una religión es que mueve a las multitudes. Al menos, a una pequeña multitud. Sin ese elemento como mucho tienes un bonito cuento, un curioso artefacto intelectual.
Yo me pregunto: ¿qué es lo que convierte un irrelevante piquito, un beso en la boca, en un drama nacional?
¿Qué hizo del Islam una religión universal? ¿Las virtudes de los versos del Corán o la espada de los mahometanos? ¿Qué hizo del Cristianismo lo que es hoy? ¿El contenido del mensaje de Cristo; la inteligencia y la capacidad de persuasión de Pablo de Tarso; o el Imperio Romano?
Vamos a coger dos hechos:
El sábado 19 de agosto de 2023, tres inmigrantes subsaharianos violan a una mujer ucraniana en un piso en Barcelona.
El lunes 21 de agosto de 2023, el presidente de la RFEF Luis Rubiales planta un beso a la jugadora Jenni Hermoso durante la celebración de la victoria española en el Mundial femenino (el cual jamás ha importado a nadie ni dos mierdas).
¿Qué conduce a un país a encogerse de hombros frente al primer hecho, y a sufrir violentas convulsiones colectivas por culpa del segundo?
¿Será que el piquito entre dos privilegiados con los bolsillos llenos y en la cúspide del éxito social, económico y deportivo es un tema con más chicha y morbo, más apto para discutir en grupos de WhatsApp o en la peluquería, que el sometimiento y la violación reales, implacables, de una donnadie?
¿Será que las vibraciones negativas post-factum de Jenni Hermoso son más graves que el horror y el trauma de la ucraniana?
¿Será que los españoles tenemos la brújula moral rota?
¿O será que, como en el caso de las religiones nombradas, a veces el contenido el secundario a la contumacia y la fuerza bruta de los propagandistas? ¿No serán estas sacudidas epilépticas que sufre en estos momentos el pueblo español cual niña del exorcista, el resultado de una Gran Manipulación?
La chusma periodística
Todas las pistas de esta agresión continuada contra la Verdad, la virtud, la proporción y, recalco esto, el bienestar psicológico del pueblo español, conducen a la chusma periodística. Digo chusma a falta de una palabra más grave y que describa con una mayor precisión la bajeza, la infamia y la inmoralidad de estos nematodos. Los medios de masas en España, especial mención a las televisiones generalistas, son basura, están gestionados por basura y su único fruto es la basura.
Son esos mismos medios que en tiempos del nazismo covidiano sometieron a la Nación a un bombardeo propagandístico inaudito, manipulando a la masa mediante las técnicas más rastreras para que 1. aceptara ser tratada como ganado carente de cualquier derecho humano, 2. se inyectara ponzoñas no debidamente testadas y extremadamente peligrosas (como ha acabado trascendiendo) para la salud, y 3. para que odiara y discriminara a aquellos conciudadanos que decidieron (decidimos) sabiamente no poner el brazo.
Son esos mismos medios que llevan semanas glamurizando a un tipejo que descuartizó a un cirujano en Tailandia. Sé que es un chiste fácil, pero lo tengo que hacer — empieza uno a sospechar que a Rubiales le habría ido mejor si hubiera cortado a cachos a la Jenni. ¿O no? Alguno dirá que exagero, que Rubiales no posee la melena de Daniel Sancho, y ese es un hecho indiscutible.
Claro que estos medios no son propiamente independientes, sino que obedecen, en la mayor parte de los casos, a intereses (y partidos) políticos concretos. Partidos y medios forman todos ellos un ponzoñoso y nauseabundo Régimen cuyo asiento es una constante manipulación de la población.
Es esta maquinaria periodística la que en España decide, millones de euros mediante, qué hechos ascienden a la categoría de dramas nacionales, y qué dramas personales son relegados a la nada; qué anécdotas devienen crímenes y qué crímenes, anécdotas.
El algoritmo
Es una maquinaria malvada, sí. Basurienta, inmoral, amoral, etc. Pero su algoritmo, el algoritmo que ejercita, es más simple que el mecanismo de un botijo. Lo que a mí no me deja de sorprender es cómo esta maquinaria es capaz de repetir el mismo truco mil veces sin que el público abandone su entusiasmo olvidadizo y pueril.
El principio fundamental del algoritmo es el siguiente:
El objetivo del periodismo es la formación ideológica de las masas.
Los hechos son subsidiarios de este principio. El modus operandi de los mass-mierda es seleccionar aquellos hechos que pueden ser instrumentalizados para promover la dogmática progre globalista y desechar los que no.
En el apartado de esa ideología deleznable llamada feminismo, los pasos del algoritmo están a la vista de todos:
Si el o los culpables del acoso o agresión sexual son extranjeros, y especialmente si su color de piel va del marrón al negro y su religión es islámica, ignorar el hecho.
Si el o los culpables del acoso son españoles, y especialmente si tienen alguna relación con partidos de derecha, instituciones tradicionales españolas o de Occidente, o las FCSE (Policía, Guardia Civil), potenciar el hecho.
Ahí está todo. De verdad, no hay más. Si los tres africanos que violaron a la pobre ucraniana hubieran sido dos guardias civiles y un militar afiliado a Vox, España sería un clamor. Nos saldría esta noticia por las orejas.
Pero como no fue así, el hecho seleccionado es el pico. Es decir, la frivolidad, la irrelevancia, el humo. Y es que para eso es para lo único que vale la lacra del feminismo: para luchar contra lo irrelevante, para luchar contra sombras. Bravas contra los mansos y domesticados españolitos, pero ¡ay!, cuán sumisas ante el puño y la hostia del macho africano. Casi diría uno que detrás de esta sumisión hay un ingrediente de deseo, de anhelo inconfesable. ¿Será eso? ¿Será que las sabinas se fueron de buen grado con aquellos arcaicos romanos1? Más allá de la manipulación de las furcias mediáticas, ¿habrá alguna dimensión de la psicología femenina que deberíamos tener en cuenta? ¿Por qué son las españolas tierra tan fértil para esta clase de manipulaciones?
A todo esto, el pueblo, distraído, de cháchara, discutiendo sobre el sexo de los ángeles como aquellos bizantinos asediados por los otomanos. Necesitaríamos varios tomos para listar todos los enormes y profundos problemas de España. España es, sólo para empezar, un país en trance de romperse. Un país empobrecido y un país que se muere de viejo.
Los españoles son dos locos hablando de gilipolleces en el pasillo de un manicomio. Queda ya tan poco que salvar…
Moraleja agosteña: las mujeres españolas prefieren ser sajadas por un melenudo con tableta que besadas por un calvo fofisano. Hágase.